martes, 18 de mayo de 2010

Marcos y el mar

 

Una fantasía. Como la  del fanático que añora conocer  su ídolo, como la niña que se deleita con ver tras la vitrina la muñeca que la desvela. Así era la pasión que Marcos sentía por el mar.

 

 Marcos era un joven citadino, muy del interior como dicen en la costa, un orgulloso oriundo de la ciudad de la Eterna Primavera, adicto a los fríjoles con chicharrón de diez patas, inmodesto hincha del Rey de Copas Atlético Nacional, presumido usuario del tren Metropolitano poco leal a las visitas multitudinarias de la Feria de las Flores pero sí a  los alumbrados de diciembre. Además, por ser su familia materna de  un pueblo del occidente medio antioqueño, amaba el campo, el aire puro y la hermosa vista de la cordillera de los Andes.

 

 El clima de la ciudad de Medellín siempre ha sido muy agradable; un promedio de 25 grados de temperatura, no hace tanto frío como para llevar ropa sobre la ropa, ni tanto calor como para  estar sin nada puesto. Sin embargo,  este paisa descubrió que cuando llegaba a Sopetrán, el pueblo de sus abuelos, antes de tomar un camión hacia la vereda Guayabal, el sofoco del municipio más que un motivo de desazón era un factor de bienestar.

Por esa razón no fue sorpresa  que una de sus vacaciones preferidas fuera una semana en Caucasia, Bajo cauca Antioqueño, se despertaba porque el aire comenzaba a escasear y hasta su propia piel parecía estorbarle, todos sus días fueron de tomar limonada fresca, caminar en pantaloneta, bañarse  en el Río Man, sudar, sudar y escribir poemas a los amores imposibles.

 

 

Marcos no sospechaba que en ese mismo lugar se gestaría un verdadero amor platónico y a partir de ahí surgió el verdadero interés por las tierras del caribe, por Macondo, por las plantaciones de banano, por las mariposas amarillas, pero sobre todo, por el mar y ese universo completo que alberga.

-No quiero morirme sin conocer el mar- Le  escuché muchas veces musitar melancólico.

Y también quise llorar con él cuando presa de la depresión, se ahogaba en su propio llanto, escuchando  “Alfonsina y el Mar” de Mercedes Sosa, queriendo vestirse de mar, (como Alfonsina) pero no en la playa La Perla,  Mar del Plata, sino en las playas de Cartagena.

Las diferentes versiones sobre la muerte de Alfonsina Storni, lo confundieron hasta el punto que se desalentó en seguir sus huellas ya que no había un consenso; la principal exégesis siempre ha sido que Alfonsina a causa de un amor cayó en depresión por lo que se fue caminando hacia el fondo del mar hasta morir. Marcos siempre se imaginó un final más siniestro: Alfonsina tomó un bote,  se llevó una roca muy pesada, una soga, mar adentro se amarró la cuerda y se lanzó para no salir a flote. Nunca le quise contar, aún él no lo sabe, que la poetisa sí tenía depresión pero no por un amor sino por un cáncer que le fue diagnosticado, se dirigió a un risco, lanzándose a las aguas para ser encontrada dormida en la blanda arena de la playa.

 

Hace unos años, Marcos  me preguntó cuanto dinero necesitaba para  ir a la costa.

-Setenta mil  pesos - le dije

-Eso tengo-agregó

- ¿Pero cómo  regresarás?

- No lo haré

 

En esos momentos comenzó hablar consigo mismo de modo que yo alcanzara a oírlo.

-          El problema es conseguir la canoa, la roca  y algo adicional a lo de Alfonsina; una botella de vino y un frasco de pastillas.

-          Si supieras que ella murió de una forma más sencilla, inmediatamente estarías tomando el taxi rumbo a la Terminal del Norte. Eso sí lo dije mentalmente.

 

Esas ideas disparatadas se esfumaban junto con la depresión momentánea, pero las palabras vino y pastillas hasta hace poco  las oí pronunciar.

 

Estoy seguro que si en el paseo a Caucasia  hubiera estado bajo una de esas crisis, sin oponer resistencia se hubiese dejado arrastrar por el río.Talvez lo encontraríamos yerto kilómetros adelante, o quizás nunca porque el río Man desemboca en el Cauca y podía terminar cumpliendo su deseo de morar en las profundidades del océano.

 

Cuando faltaban dos días para regresar  a Medellín, nos fuimos para el río Man, y el decidió atravesarlo y esta vez sin quererlo, casi muere vestido pero de agua dulce. A pesar de ello, este fue un  viaje muy agradable y lo último que deseaba era morir. Lo que nacía  en su ser era una pasión, dejó de sentir el anhelo de dormir para siempre junto a los caracolas, para querer   observar  peces de colores o  conocer el mar sólo para mirarlo y profesarle su amor. El no moriría sino que nacería la alucinación por el agua salada, la brisa y las olas caribeñas.

 

Cuando le dije que íbamos para Coveñas, se quedó callado, fingió no estar excesivamente interesado. No era inapetencia, fue la impresión que no le permitió decir palabra, una  emoción muda que, amontonada, hinchaba su corazón.

 

 

Salimos a las 9:15 PM,  se estimaba un viaje por carretera de diez o doce horas.

Eran las tres de la mañana cuando pasábamos por la población que le incitó a amar la costa y a desear con todas sus fuerzas estar allá. Como nadie se bajaría, el autobús pasó de largo por Caucasía. A partir de ahí Marcos no pegó los ojos por que  aunque no viera nada, miraba por la ventanilla y sabía que segundo a segundo se aproximaba el momento del encuentro, del sueño hecho realidad.

 

4:15 A.M.

        ¡Planetarrica! Grita el ayudante del bus.

Lo miro y me contagia la ternura de sus ojos grandes de niño inquieto.

 

5:00 A.M.

-          ¡Montería!

 Observo a Marcos como si solo hubieran pasado segundos, pero con más ansiedad.

 

-          ¡Cereté!-

Sólo sé que ya es de día y que él sigue despierto.

-          ¡Lorica!-

No escuché pero el me despierta

 

7:20 A.M.

Sabemos que estamos muy cerca. Repentinamente una imagen parece romper su alma cuando a través del vidrio se asoma él, majestuoso,  vestido de gala como si también supiera de la cita, inmenso, infinito.

 

-          Yo no quería conocerlo desde un autobús- susurró Marcos.- Es como si los novios se vieran antes de la boda.

-          Pues haz de cuenta que él no te vio y cuando estén frente a frente, será como si apenas se presentaran.

 

Así fue. Nos fuimos para el hotel. Nos  preparábamos meticulosamente para la velada. Llovió todo el día  y como a las cinco de la tarde era el momento.

Ahí estaba, el  mar, imponente pero como si también estuviera nervioso.

Mi amigo comenzó a caminar hacia él lentamente como si se acercara lentamente al altar de una iglesia. Fueron esos ochenta metros más largos que los cientos de kilómetros desde Medellín.

-          Mucho gusto, Marcos - Le dijo al mar y este le respondió besándole los pies.

 

Al instante Marcos y el mar estaban fundidos en un solo.

 

Ahora, como ésta es una relación a distancia el alimento serán los recuerdos y la esperanza del reencuentro.