El
frío es tal que mis lágrimas golpean mis
mejillas y esto duele tanto como su ausencia, su muerte prematura aunque
previsible.
El
viento penetra mis ropas enfriando mi espalda; las ramas de los árboles se
mecen de forma coreográfica pero el canto de las chicharras es como un
martilleo enloquecedor. La hierba está húmeda y aun así decido sentarme debajo
del pino, prender la linterna y empezar a leer su diario.
El
ritual lo hago alejándome de la casa porque el frío, la soledad y la oscuridad,
son las condiciones en las que debió estar el alma de Martín el día en que
resolvió cumplir sus amenazas.
Yo era
su amigo; conocía perfectamente que a él le pesaba mucho estar en este mundo,
sin embargo, nunca creí que sería yo
quien lo encontrara sin vida.
Su
madre, quien me trata como si fuera otro hijo, me dejaba entrar a la casa y al
cuarto de Martín como su fueran míos.
- Entre
mijo, pero el muchacho está dormido y no responde
Abrí
la puerta, le hablé, al darme cuenta que no respiraba sentí un escalofrío que
recorrió todo mi cuerpo. Tenía sus manos cruzadas sobre su pecho y en medio de
ellas una hojita doblada. Era el adiós; allí le pedía perdón a su madre y
dejaba en mí la responsabilidad de su
cuidado. Vi cuatro pequeñitos frascos vacíos que supuse eran el veneno con el
que obtuvo su deceso y cerca de su cabeza un cuaderno y un libro de Juan Manuel
Roca que era una muestra de poetas suicidas que tenía un separador en la página
225 que decía José Asunción Silva.
Mis
manos se congelan y puedo ver el humo que exhalo. Empiezo a indagar sobre los
más profundos secretos de mi amigo. Me siento decepcionado al notar que no
había allí grandes misterios pues al
parecer yo conocía a Martín tanto o mejor que a mí mismo. Casi nada de lo que
allí encontré era nuevo para mí, pero descubrí algo inédito y verdaderamente
valioso: Era el relato de un intento de suicidio del que nunca me había
enterado y la descripción de una reunión que durante ese trance tuvo con Silva, su poeta y escritor favorito.
16 de
septiembre.
Estoy
solo en casa tengo 18 pastillas diferentes, todos son barbitúricos que son mi boleto de salida de este mundo que
no soporto. Reescribo la carta de despedida
me las tomo de un sorbo y me recuesto para esperar el desenlace.
En
cuestión de instantes me desconecté y me vi en un lugar parecido a la casa de
la finca, sentado, la neblina no permite ver más allá de mi propia humanidad.
De pronto se aclara un poco el día y lo veo a él sentado al lado mío. Es José.
Susurro solo su primer nombre porque sé que así lo llamaban los amigos y
familiares. Mi afecto por él me otorga por lo tanto ese derecho.
Tenía
la misma camisa que llevaba esa noche fría Bogotana en la que alojó en su pecho
la bala que le quitó la vida; exactamente en el lugar donde el día anterior le
había pedido al médico que le dibujara el mapa de su corazón. Comienza el
diálogo o más bien el monólogo, porque él no me respondió las muchas preguntas que
quise hacerle.Ni siquiera quería voltear a su mirada hacia mí.
Considero que la muerte no debería ser
repentina. Le dije
Estoy de acuerdo con aquellos que dicen que la muerte se
hace significativa desde que ésta toca las personas amadas -y ya en eso tú
tenías bastante experiencia- pero, ¿Porqué anticiparla o declararse rendido?
¿Porqué decidir marcharse?
En la
eterna discusión de si es reprochable o no la disposición de suicidarse estoy a
tu favor porque siempre habrá motivos razonables cuando una persona determina
rendirse. Entiendo, porque a mí también me ha acechado la tragedia y desde
pequeño siento que desencajo en el mundo.
Si
hubieses permitido que tu fallecimiento lo causara un sobregiro de años. ¿Pero
cómo podías sentirte cansado a los 31? ¿Fue acaso la sigilosa y cruel soledad
quien te susurraba en al oído que era mejor morir?¿fue el deceso de tu padre el comienzo de una cadena de sucesos
desafortunados que terminarían con tu fallecimiento? Tal vez la muerte te perseguía con ahínco desde
que naciste y logró su cometido metiéndose en tu romántico corazón, hasta
enfriarte el alma y dejándote solo la opción de acabar con un disparo en tu
pecho. Tal vez el fantasma de Elvira requería su alma gemela y te cercó hasta
conseguirte.
Me
resta beber y saciarme con lo que alcanzaste a plasmar, todo aquello que bastó
para atribuirte el nombre de gestor del modernismo en Latinoamérica.
A
propósito de esto: ¿Cómo hace un poeta
moderno para expresar el optimismo en la humanidad, sabiéndose habitante de un
mundo melancólico?,. En
este mismo sentido; ¿Crees que es imposible
la poesía sin la tristeza.
En cuanto a la literatura, cuéntame ¿Qué época
te instó a dejar los estudios formales para entrar en una época de
permanente contactos con obras que fueron haciendo de ti un hombre rico
culturalmente.
Observo
que tiene unas hojas enrolladas en su mano izquierda me las ofrece como
buscando la manera que yo haga una pausa
en ese interrogatorio. Son varias de las cartas que él envió a personas
cercanas, a lleras me doy cuenta de facetas que eran desconocidas para mí. Una
de ellas como su escaza apuesta hacia un buen futuro del país por lo que
siempre manifestaba el deseo de irse de nuevo Francia, Argentina o Venezuela.
Detengo la lectura y le digo a manera de reproche
Veo que eras un cerebro fugado en potencia, ¿No piensas que
huir te hace tanto o más responsable de
que Colombia no logre ser un país próspero algún día?
Si
para tu época ya nada parecía escapar del positivismo, ¿Qué decirle a mi generación para no permitir que el arte y la poesía
se conviertan en artículos de consumo?
Ese
sentimiento de desesperanza por el futuro del país y las guerras civiles que
emergían para entonces, hizo que José
aceptara con gusto su viaje a París que era considerada el centro cultural más
grande de Europa. Yo tampoco rechazaría una propuesta de esas pero nunca
desearía nada más que ser turista al lugar que fuera de Colombia.
Se me ocurre preguntarle. ¿Puedes describirme una noche
parisina de entonces y diferenciarla con la Bogotá infante en que tu vivías?.
Al regresar a Bogotá tu equipaje tenía libros, ropa y
artículos lujosos. ¿Qué traía tu espíritu?¿ Qué conflictos encontraste con la
sociedad burguesa colombiana?
Creo
que ya estaba hastiado de mi interrogatorio como yo de sólo hablar. Pare por un
instante de preguntar y decidí mejor solo decirle:
Doctor: Un desaliento de la vida
que en lo intimo de mi se arraiga y nace
el mal del siglo… el mismo mal de Werther,
de Rolla, de Manfredo y de Leopardi.
Un cansancio del todo, un absoluto
desprecio por lo humano… un incesante
renegar de lo vil de la existencia
digno de mi maestro Schopenhauer;
un malestar profundo que se aumenta
con todas las torturas del análisis…
Me
habló para responder su parte en el poema del siglo. Sentí una fuerte emoción
cuando dijo pausadamente:
-Eso es cuestión de régimen: camine
de mañanita; duerma largo; báñese;
beba bien; coma bien; cuídese mucho
¡Lo que usted tiene es hambre!
Al fin
me sentí acepto por quien me inspira pero por quien también mi inclinación en
la balanza por tánatos.
La
escena de ese dueto me despertó otra inquietud. Me aventuré a decirle:
¿Podrías desmentir que tu castidad no va
más allá y negar lo que muchos dijeron
sobre tu inclinación sexual?
Cuando
descubrí que me excedí también observé que su imagen comenzó a desvanecerse y a
confundirse con la niebla que se hacía de nuevo espesa, aproveché para hacerle
la pregunta innombrable. ¿Fuiste
asesinado?. Cuando desapareció por completo yo desperté de una alucinación
de 22 horas a causa de las pastillas. Aparentemente nadie notó tanto tiempo
de sueño. Por esto bdecidí no contarle a
nadie sobre el inento fallido y mejor escribirlo para que cuando lo logre sea
descubierto.
En ese
instante, mi linterna se apaga y observo el cuerpo de alguien que no puedo
identificar. Si es Martín o Don José. Cierro el diario y regreso a casa
apresuradamente.
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